Ante un mundo que se privatiza en todas sus esferas, incluyendo la reconversión del Estado en una entidad gerencial de los poderes fácticos, la universidad pública se yergue como uno de los obstáculos a eliminar. De manera encubierta, la universidad pública constituye un foco de resistencia a todo proceso de uniformación del pensamiento y de la vida social en un momento histórico en el que, paradójicamente, se pregona un mundo de libertades y posibilidades infinitas.
Los seres humanos padecemos desmemoria permanente y, quizá por ello, hemos inventado a la memoria como un protagonista ficticio de nuestra vida psicológica.
Los seres humanos, como resultado de nuestra naturaleza social, nos acostumbramos a todo:
Tendemos a no advertir lo que nos ocurre y ocurre a nuestro alrededor, y a considerar que nuestro modo de vida especial es el único modo de vida posible y deseable. Las palabras se pervierten y nos hablan de y justifican un mundo que no corresponde al de los hechos cotidianos, duros, escuetos. No sorprende, entonces, que en pleno siglo XXI, cuando se repite machaconamente que vivimos en la era de la información y de la globalización, seamos más ignorantes y provincianos que nunca antes. La información y el conocimiento son manipulados, creados y dosificados por unos cuantos grandes monopolios a nivel global. El conocimiento, como saber, ha sido desplazado por estar informado y entretenido por dispositivos electrónicos digitales cada vez más refinados.
A pesar de la sobreproducción de alimentos, se siguen muriendo diariamente por desnutrición y por hambrunas miles de seres humanos. No obstante los avances en la biomedicina, los monopolios farmacéuticos y la privatización de los servicios de salud acrecientan cada día el número de muertes y disfunciones entre los desposeídos. El planeta Tierra es tenaz y paulatinamente destruido y degradado en nombre del progreso tecnológico y el crecimiento económico. En las autodesignadas democracias de Occidente, el 1984 de Orwell ha dejado de ser ficción, y se vuelve crónica periodística e instructivo de vida: somos identificados por números, claves y fotografías; nuestras huellas digitales -impresas y electrónicas- se convierten en pasaporte interno; en calles y edificios se nos vigila continuamente mediante cámaras; nuestro equipaje y efectos personales son armas potenciales; debemos descalzarnos, no por motivos religiosos, sino para probar que no somos terroristas; las calles se privatizan, los retenes se multiplican en las carreteras, y a las policías legalizadas que ostentan su armamento por las calles, se unen, en tiempos de paz, el ejército y diversidad de guardias de seguridad; se autoriza el espionaje telefónico y bancario; y, ante la simple sospecha de los administradores de la justicia, estamos obligados a probar que no somos culpables de haber cometido un supuesto delito, o de planear hacerlo.
2 comentarios:
Esto es una patética verdad de nuestros tiempos, pero es también un espejo de quien somos. De quien somos cada uno. No en conjunto ni como país, si no tu y yo. Habrá que educar y habrá que pensar, ¿pero cómo?
¡Mejor detengan el mundo que me quiero bajar!
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