Un año. Que ese sea nuestro plazo. Deshacernos de todo aquello que hace un año o más, no usamos, que no tocamos, que hace un año dejo de servirnos. Y también de aquello que sea nuevo, pero que nos estorbe, que nos impida estar a gusto en el lugar en el que más a gusto debemos estar, nuestra casa.
¿Para qué conservar unos peluches que solo acumulan polvo? O ¿unos casetes que nadie escucha y que a nadie más pueden servir porque ahora la gente guarda y escucha su música de manera digital? ¿o aquellas carpetas con papeles viejos que a nadie sirven? O esos aparatos que a nadie pueden interesar, sillas en las que nadie se sienta, instrumentos musicales que son muebles grandes y estorbosos, o libros que hace mucho nos importaron o incluso nos marcaron, pero que ahora están lejos de nosotros, por estar olvidados y porque su contenido ya no nos dice nada.
Para todos es difícil desprenderse de las cosas, pues forman parte de nuestra historia y nos traen recuerdos. Pero sin darnos cuenta, todo eso que afanosamente guardamos, nos tiene atados. Sin darnos cuenta, seguimos viendo el mundo con los ojos que teníamos hace tiempo, porque nuestro contexto es el mismo de ese tiempo. Y de ese modo, no solo se empolvan nuestras cosas, también nuestro ánimo. Un viaje es algo que a todos entusiasma, entre otras cosas, porque vemos cosas distintas, un panorama diferente a lo que estamos acostumbrados, a lo rutinario. Pero eso lo podemos hacer también en casa. Nos podemos sentir diferentes porque nuestro contexto es diferente.
Muchas de las cosas que guardamos, las guardamos por el afecto que les tenemos o por los recuerdos que nos traen, pero la gran mayoría de estas cosas, no las necesitamos, y de hecho, nunca las utilizamos ni les prestamos atención. Podrían desaparecer y no nos daríamos cuenta. De pronto las recordamos porque fue necesaria una limpieza o un reacomodo de las cosas, y las vemos y nos duele desprendernos de ellas, porque de alguna forma queremos seguir vinculados con esos recuerdos, pero en realidad solo nos estorban. Y si se trata de recordar, lo más significativo, eso que de verdad nos marcó para toda la vida, lo recordamos sin importar que poseamos.
Y cuando nos desprendemos de todo eso, es entonces cuando entendemos que solo acumulábamos cosas y no recuerdos. Acumulábamos cosas inútiles. Al desprendernos de todo eso, entendemos que nuestra vida no necesita de tantas cosas materiales y nos sentimos más libres y ligeros. Como alguien dijo en un libro: “todo eso que posees, termina poseyéndote”.
Los cambios son necesarios, parece insignificante, pero cuando cambiamos de contexto, por más pequeño que dicho cambio sea, nuestro ánimo cambia. Cambiar de posición nuestra cama, de color nuestras paredes, de adornos o cuadros cualquier otra parte de la casa, ayuda a sentirnos diferentes. Y si en esos cambios, de paso ampliamos el espacio que ocupamos porque nos deshacemos de tantas cosas que nos estorban, nos sentiremos más a gusto en el lugar en el que nos debemos sentir completamente a gusto. La casa.
jueves, diciembre 17, 2009
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